Es una verdad universalmente aceptada que un soltero con posibles ha de buscar esposa. Es uno de los principios más conocidos de la literatura y una soberbia ironía, ya que esta novela va de todo lo contrario: la búsqueda de marido de las hermanas Bennet. Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia son cinco jóvenes inglesas de clase alta y pocos medios, cuya mejor opción de asegurarse una vida cómoda pasa por hacer un buen matrimonio. Cuando el simpático (y rico) Bingley se instala en el vecindario, acompañado de su aristocrático amigo Darcy (más rico aún), tanto Jane como Elizabeth ven ampliarse sus horizontes vitales.
La novela transcurre en la campiña inglesa de principios del siglo XIX, con sus vestidos de corte napoleónico y sus bailes de guante y carnet. A simple vista, no es más que una serie de entretenidos e intrascendentes enredos amorosos. Elizabeth y Darcy. Jane y Bingley. Los coqueteos de Lydia. El pomposo señor Collins, declarándose a dos mujeres distintas en una semana… Sin embargo, bajo una apariencia trivial, Jane Austen va dibujando con exquisita agudeza los valores más representativos del género humano. Nos muestra la delgada línea que separa el orgullo de la vanidad, y la inteligencia de los prejuicios. Darcy es orgulloso. La perspicaz Elizabeth lo juzga precipitadamente. Sólo si aprenden a reconocer sus defectos podrán, ya con más humildad, encontrarse en el amor.
Jane Austen es una aguda delineante del carácter. Es ingeniosa, satírica, una implacable retratista de los defectos y debilidades de la condición humana. Es un atizador al que todo el mundo teme, decía de ella una visitante anónima de la rectoría de los Austen. Sus personajes tontos y ridículos quedan perfilados con frases como latigazos. Charlotte se casa lo antes posible porque la estupidez con que la naturaleza tanto había favorecido al señor Collins hacía que aquel noviazgo careciera de cualquier atractivo que pudiera impulsar a una mujer a prolongarlo. Maria Lucas es una muchacha alegre, que no tenía nada que decir que mereciera la pena oírse, y se la escuchaba con el mismo placer que al traqueteo del coche. El señor Bennet, desilusionado con su esposa, se siente en deuda con ella tan solo porque contribuía a divertirlo con su ignorancia y sus tonterías. Uno puede imaginarse a Austen riendo entre dientes mientras fustiga sin piedad a sus propias creaciones.
Curiosamente, la novela refleja una dualidad de carácter propia de la escritora en su vida personal. El atizador al que todo el mundo temía era, en palabras de otra amistad de la rectoría, la mariposa cazamaridos más bonita, boba y afectada de cuantas pudiera recordar. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo podía Jane Austen llegar a causar impresiones tan contradictorias? Seguramente, del mismo modo que una lectura superficial podría definir Orgullo y prejuicio como una inofensiva historia romántica. Sin embargo, bajo las nimiedades, los bailes y las conversaciones triviales de que se compone la novela, hay una profundidad y un conocimiento del alma humana difíciles de imitar. Jane Austen escribe con sutileza, guiando al lector de forma impecable para esponjar sus historias con todo lo que no dice. No hay grandes dramas ni tragedias, pero la intensidad y belleza de sus personajes es incontestable.
Reconozco que, la primera vez, leí Orgullo y prejuicio con escepticismo. Creí que sería un libro sensiblero, tipo Mujercitas o Dickens. Me llevé la primera sorpresa con la reacción de Elizabeth Bennet cuando Darcy rechaza bailar con ella por no considerarla suficientemente guapa. Me preparé para una actitud de despecho. Esperaba verla enfadarse o soltar unas lagrimitas, pero qué va. ¡Se lo toma a risa! En vez de sentirse juzgada, tenemos a una protagonista tan segura de sí misma que lo juzga a él, y con una gracia que hechiza. Austen ya te ha atrapado. Te ha dado una amiga. A partir de ahí, Elizabeth no hace más que desplegar encantos cada vez que interacciona con alguien. Seguimos con ansia los giros de sus diálogos, y cada vez que actúa de acuerdo con nuestras elevadas expectativas, quedamos tan satisfechos como si se tratara de nosotros mismos.
Mi segundo momento revelador con la novela fue la carta que Darcy le entrega a Elizabeth tras haber sido rechazado. La escribe para defenderse de las dos acusaciones que ella le ha echado en cara: Separar a Bingley de su hermana Jane y arruinarle la vida al agradable señor Wickham. Elizabeth, (y yo con ella), había basado su opinión sobre Darcy en estos dos hechos, y la carta cambia por completo su perspectiva sobre ambos asuntos. Hábilmente, Austen le hace explicar primero la historia de su hermana, que nos toca más de cerca y resulta más indignante. Todo nos parecen excusas. Pero cuando pasa a la parte de Wickham, la verdad es tan obvia que nos aplasta. Wickham es un farsante y Darcy ha sido calumniado. Elizabeth se convence de ello y, al releer las razones que alude respecto a Bingley y Jane, ya no le parecen tan absurdas. Pocas veces me he encontrado un libro en que mis sentimientos y pensamientos como lectora hayan ido tan de la mano de la protagonista.
Orgullo y prejuicio es una obra de juventud. Jane Austen no hace esas reflexiones demoledoras que caracterizarán otras obras posteriores, como Sentido y Sensibilidad, Emma, Mansfield Park o Persuasión, pero la agilidad de su prosa y la estupenda construcción de personajes hacen que desborde encanto. Es uno de mis libros favoritos, uno de esos que creo que nunca me cansaré de releer.
La imagen de portada corresponde a la edición conmemorativa de Alianza Editorial (2017).